Lo que aprendí del teatro

Arlequino servidor de dos patrones. Teatro R101. Escuela de actuación Deca. Fotografía de Francisco Gallego. Der- izq Esmerladina, Pantaleón, Clarissa, Silvio.
Mi relación con el teatro siembre ha existido. Recuerdo que cuando  pequeña iba a marionetas y no veía muñecos sino seres reales que vivían historias. Me daban miedo las máscaras y a la vez me fascinaban.

En el colegio me gustaba ver las obras en las que actuaban mis compañeros, luego escribí dos y dirigí una. Fue narradora y actué milésimas de segundos.

En la universidad era quien investigaba las bases conceptuales que le daban la fuerza a la obra y la voz de alquien que estba detrás del escenario de la "Revocatoria en San Paleste".

Me costaba mucho trabajo aparecer frente a un público y figurar. Cuando empecé a decir discursos, al principio se me iba la voz, me temblaba, me llenaba de nervios, pero como lo que tenía que decir era importante me enfrentaba una y otra vez a un público que solía recibir bien mis frases críticas e irreverentes.

El año pasado tuve la oportunidad de estar en un curso de teatro que duró un semestre. Se trataba de aprender lo necesario para hacer el montaje de la obra "Arlequino servidor de dos patrones", una comedia antigua y aún vigente.

Compartí las lecciones con personas muy diversas y más jóvenes en su mayoría.

Quería estar en teatro para mejorar mi expresión corporal y por ende la relación entre mis emociones y mi cuerpo, que siempre han sido más difícil que las que tiene la razón y la espiritualidad con todo mi ser.

Así simplifiqué el aporte que podía hacerme el teatro, pero entonces tuvimos una clase con un maestro de Bolivia que pertenecía a una compañía ecuatoriana. Me di cuenta que me hacía falta seguridad no solo de mí misma, de quien soy, sino de quien puedo ser. A veces no creo en las capacidades que tengo, me preocupa confiarme, volver a creer que soy más que los demás o buscar protagonismo, pero he llegado al punto de irme al lado contrario.

Una cosa es ser egocéntrica y otra, es estar segura de ti misma.

Me asignaron en la obra un personaje tan distinto a mí, que en un principio lo detesté. Era Clarissa, una joven de clase acomodada que iba a casarse con un joven a quien amaba, hasta que por enredos de la trama es obligada a casarse con otro, esto no prospera y puede hacer realidad su sueño de casarse por amor.

Para colmo, la tal Clarissa parecía ser muy bella, caprichosa y chillona ¿Cómo iba a lograr yo esas 3 cosas?

Afortunadamente en el equipo había una compañera conocedora de las artes de la belleza femenina que me ayudó con lo primero y lo otro lo fui practicando y perfeccionando gracias a mis profesores y demás compañeros.

No fue nada fácil, a veces los profesores se desesperaban porque yo no parecía tener lo suficiente, dar lo necesario, ni lograr lo esperado. Con frecuencia se decía que mi energía "era muy bajita".

La obra tuvo 4 funciones. En las últimas pude realmente interpretar a mi personaje y me gustaba. Recibí muchas felicitaciones de personas conocidas que vieron la tajante diferencia que existía entre Clari (como empecé a llamarla con cariño) y yo.

No tengo talento para el teatro y la actuación, pero pude hacerlo medianamente bien o al menos en un nivel aceptable, lo que me lleva a una reflexión.

Culturalmente creemos que el talento es el determinante de los logros en nuestras vidas, decimos "aquí hay mucho talento, pero pocas oportunidades" o "aquí hay mucho talento pero está desperdiciado". Lo que hace falta es esfuerzo y disciplina y no hay algo que nos cueste más que ser disciplinados y mucho más ser disciplinados sin talento.

También creemos que la disciplina está en el modo militar de hacer las cosas, en las órdenes. He visto mucha más disciplina en el teatro, porque se basa en la libre elección y las ganas de hacer las cosas bien, de sacrificar cosas por lo que se quiere. Esa es la verdadera disciplina.

Aún no soy todo lo disciplinada que necesito ser, aún me cuestan trabajo muchas cosas, pero al menos soy consciente de forma tácita (no sólo conceptual) que el esfuerzo trae sus frutos, que el propósito compartido facilita el proceso, que un equipo comprometido hace la diferencia y que el liderazgo de quien sabe enseñar guía el proceso de la transformación, que a veces se necesita una piedra en el zapato para caminar de otra forma.

Agradezco estos aprendizajes al equipo de actores, a los profesores, a los trabajadores del teatro, a mi familia y a quienes me vieron actuar y me dieron razones para sonreír.

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